Olas altas

La historia de Olas Altas comienza en 1830, cuando se construyó un dique para contener las inundaciones que arrastraban arena hacia la Plazuela Machado. Sobre esta estructura emergió el Paseo Olas Altas, que conectaba el Cerro del Vigía con la punta de la bahía, base del malecón que conocemos hoy. Su denominación proviene de las olas altas que rompen frente a esa parte de la bahía, creando un oleaje intenso que cambió la vida de surfistas locales, y le otorgó identidad. Es una de las pocas calles de Mazatlán que conservan su nombre original desde el siglo XIX. Convertida pronto en la primera playa turística del puerto, Olas Altas atrajo la construcción de hoteles emblemáticos como el Belmar (1922), conocido como el hotel de las estrellas, y el Freeman (1949), considerado el rascacielos más alto del noroeste mexicano por años. El paseo fue escenario del último enfrentamiento armado en Mazatlán durante la Revolución Mexicana: el 9 de agosto de 1914 tropas revolucionarias tomaron la ciudad por esa zona del malecón, tras un largo sitio que se prolongó desde 1913. Olas Altas ha sido el rostro del puerto frente al turismo. En 1901, el poeta Amado Nervo vivió en una casa de madera frente a la playa. Desde entonces esta zona ha sido comparada por visitantes con la arquitectura de La Habana, como una postal viviente del Mazatlán antiguo. Con una extensión aproximada de 550 metros, ofrece vistas panorámicas a la Isla del Cardón y el Faro de Mazatlán, especialmente al atardecer. Es paso obligado hacia el Cerro de la Nevería y parte integral del tramo tradicional del malecón entre Olas Altas y El Valentinos. A lo largo del Paseo se encuentran esculturas icónicas como El Venadito, el escudo de Mazatlán, y estatuas de Pedro Infante, Ferrusquilla, José Alfredo Jiménez y Salvador Lizárraga. Durante el Carnaval y el Combate Naval, el malecón se convierte en escenario de eventos masivos, música y gastronomía callejera. El Paseo de Olas Altas refleja la evolución urbana y cultural de Mazatlán desde sus orígenes como barrera antiinundaciones hasta convertirse en un símbolo turístico e identitario. Es lugar histórico, escenario político, postal del puerto y punto de encuentro para locales y visitantes. Su arena cambiante, sus monumentos y su ambiente vivo lo hacen un rincón esencial del viejo Mazatlán, que convive entre pasado y presente con fuerza propia.